sábado, 24 de abril de 2010

Una Luz en Vera Cruz

Muchas veces hablar de lo que nos ocurre, entre amigos es fácil y nos parece que no suena avasallante, otra es contarla tal cual sucedieron los hechos, aunque con los tiempos imprecisos y la incomprensión de ese suceso que queremos narrar.
Siempre solía abandonar en algún resquicio del año todas mis obligaciones, entonces emprendía un viaje a cualquier parte donde el azar me llevase. Nada más subía al avión y me olvidaba de todo, como si de pronto fuera otro el que ocupara mi cuerpo. Ese año decidí irme a México, tan solo una semana, pero que me suponía seria suficiente para cambiar los aires de mi vida, plagada de problemas e incertidumbre.
Fue casi un abrir y cerrar de ojos, ni siquiera sentí el cambio de aire, al arribar al DF y ahí nomás me subí a otro avión que me llevaría a mi destino final. Pensaba en descubrir algo que me emocionara, en definitiva esa había sido mi vida, hasta ese instante, y con cada uno de mis viajes. Buscaba algo pero no sabía muy bien que era eso que buscaba y no se si eso ha cambiado, quizá los años me han dado otra perspectiva, otra visión de las cosas.
Lo cierto es que de un momento de solo pensar que estaba llegando a Vera Cruz, no pude controlar mi ansiedad y apenas arribar al aeropuerto internacional General Heriberto Jara, me sentí flotar por las nubes, y mientras subía a mi auto rentado, comenzaba realmente a disfrutar. Arribe por las autopistas de vía rápida a la ciudad portuaria, ahí se vivía como en otro mundo, esa fue la primera impresión no se si el océano, ahí a unos pocos pasos, no se si el clima como húmedo y calido a la vez me hicieron reverberar cierta alegría desconocida en mi.
Me sentí de pronto poseído por el lugar, sus costumbres, sus edificios, el Son Jarocho, de inmediato causo en mi cierta fascinación por esa gente que amaba esa música tan especial y distinta de todo lo que había oído hasta entonces, se les salía por los poros, era una especie de ritmo contagioso que en seguida te daban ganas de bailarlo y de no cansarte de escucharlo. Me fui al hotel, prepare un pequeño bolso, mi cámara de fotos y ahí estaba con ganas de ver de cerca las ruinas de las culturas aborígenes, los Toltecas, Otomíes, Aztecas y otros, recorrí parques, templos porque siempre en estos y aunque no era religioso, encontraba cierta maravilla de esas que solo los que amamos el arte solemos disfrutar, no se quizá una pila baustimal, solo por decir algo, o un fresco, un relieve, un óleo, el trabajo de las cúpulas, cualquier cosa, que me remitía a pensar en el espíritu, en el corazón de la persona que dedicara tantos años de su vida para crear eso que algunos ni siquiera tenían en cuenta, lo daban como un hecho cualquiera, sin vislumbre, ni nada emocionante. Claro que camine con un pequeño mapa, adentrándome en galerías y museos, fascinado por el arte monumental de los antiguos pobladores de esas tierras y entonces mi imaginación se aceleraba, conjeturando como Hernán Cortez había dado de lleno en ese lugar y al igual que yo en este instante pasados tantos siglos, descubría que la historia podía repetirse, y lograba volver a tener una razón por demás inalterable y plagada de magia y belleza.
Ese día se fue rápido, en un pequeño restaurante me anime a probar un menú con pez sierra y otro de camarones, también deguste un vino de la región que no estaba para nada mal, muy por el contrario, tenia un sabor delicioso y un aroma de madera estacionada y frutos; mientras almorzaba a veces me gustaba mirar hacia la calle, a través de los cristales, por eso casi siempre elegía lugares con ventanales que me dejasen echar un vistazo afuera, era una de esas costumbres que uno se crea con los años y lógicamente se convierte en una gran obsesión, porque de esta manera yo sobretodo miraba a la gente, sus mohines, sus peinados, su ropa, estudiaba las sonrisas, las cejas fruncidas, los asombros pasajeros, algo sutil se establecía en cada persona y me encantaba eso de seguir como en detalle los rasgos de la gente sobretodo del lugar, eso era lo que terminaba por impresionarme, claro que lo reservaba para mi, por miedo a que me tomaran por un loco, todo eso por supuesto lo hacia muy disimuladamente y perfeccione tanto mi técnica con los años que estaba seguro nadie se molestaría por una de mis perspicaces miradas fugitivas.
En toda esa tarde busque continuar con mis descubrimientos, pero me dedique a fotografiar lugares, la ciudad en el anochecer se me hizo mas que una postal, era muy burdo hablar de sueños imposibles, sin embargo no imaginaba que pudiera existir un lugar con gente tan calida, y con una especie de éter tan sugestivo.
Luego de cenar también mas mariscos, me quede sentado en mi mesa disfrutando de un tequila, aunque no me gustaban este tipo de bebidas, uno tenia que acomodarse a la situación, había sido una gentileza del restaurante, así que no había porque desaprovecharla.
Me relaje definitivamente y aunque no tenia ganas de volver al hotel supuse que había llegado el momento. Me levante a duras penas, y me fui. La noche estaba hermosa, cruce una calle y me quede apostado allí a la espera de un taxi, era común en mi preguntarme ciertas cosas, cuando de pronto estaba lejos de casa. ¿Que hacia ahí? ¿Cual era esa búsqueda de algo que siempre terminaba por no alcanzarme? No lo sabia solo tenia a pulmones, la certeza de que los viajes me daban fuerzas para hacer otra escapada a cualquier otro lugar del mundo y de nuevo repetir, que todo era maravilloso, pero siempre me faltaba algo ¿Cual era mi búsqueda? esa era la pregunta que no podía responderme y ¿Porque me placía lo de estudiar los rasgos de los lugareños? ¿Que quería probar con eso?
Ya en el hotel y tras una extendida ducha, me acosté, en el mayor silencio. Los huesos se me desoldaban, estaba claro, demasiado cansado y recién me hacia efecto esa bebida espirituosa de los mexicanos, me dormí sin pensar en nada, y sin saber del extraño suceso que en el siguiente día me tomaría por asalto.
La luz de la mañana, me hizo mirar el reloj, ya era un poco tarde y quería aprovechar cada segundo de mi estadía allí, así que en seguida me duche y cambie. Tome otra vez mi cámara, mi bolso y a la calle, no quise quedarme a desayunar en el café del hotel, era como si algo me impulsara, me llevara a recorrer lugares, ya comería algo por el camino; tenia ganas de ir al puerto a sacar fotos y después quien sabe por ahí me aventuraba a subirme en uno de esos navíos que ofrecían una escapada por las aguas trasparentes del golfo. Estaba feliz y sin ninguna pregunta en mi mente, habrían sido mas de las 11 de la mañana, y casi por casualidad, me adentre en una pequeño anticuario plagado de clientes, no note nada raro, apenas ingresar al lugar, me olvide del tiempo, me encantaban las antigüedades, estaba realmente fascinado, sobre un mostrador de cristal había unos abanicos que parecían hechos de marfil, y eso supero mi curiosidad. Después me llamaron la atención unos cuencos de preciosísimos colores de un material parecido a la arcilla, nunca supe en que momento levante mi vista y la vi esa extraña mujer estaba allí de pronto también fascinada con algo, estaba vestida toda de negro, era delgada, y su cabello también era negro, que le caía por sus mejillas de forma tal que no me dejaba ver su rostro, fue extraña la sensación en mi, pero era como si la hubiese visto en otra parte. La atendieron antes que a mi, por supuesto pero no pude escuchar su voz, tenia mohines fríos, pero condescendidos de cierta lentitud, de cierta lobreguez que no coincidía con el ritmo de la ciudad, de pronto cuando se dio vuelta para irse sus ojos me miraron de una forma tan intensa que juraría que jamás en mi vida sentí algo parecido, en seguida estudie los rasgos de su cara, no era de por allí, debía tal vez ser una turista de origen árabe me di cuenta por un velo típico que usan las mujeres musulmanas pero que ella usaba descuidadamente o quien sabe tal vez podía equivocarme. Me gano la profundidad y el misterio de sus ojos, que de inmediato supe que querían algo de mi, no sabia muy bien que era, pero sentí como si me pidiera a gritos que le ayudase. Su piel era demasiado blanca, y no poseía líneas de demarcación de sus rasgos, digamos que un rostro de esos que nada puede alterarlos.
La observe marcharse y tras hacer mi obligada compra, salí a la acalle un poco turbado y con una extraña sensación como cuando tenemos un presentimiento de esos que no sabemos si fue un sueño o una escena de un filme que se entremezcla con nuestra realidad.
Pero ya no estaba por ninguna parte, se había esfumado tan rápidamente que lo supuse casi imposible, pero podía ser que hubiera subido a algún vehiculo y no valía la pena conjeturar ideas poco brillantes.
Esta vez decidí comer en el puerto, apenas pasadas las 2 de la tarde, ya estaba sentado a una mesa, mirando detalladamente el menú, decidí comer mariscos de nuevo, pero no me hice mucho problema, pedí la especialidad de la casa y un vino blanco de cosecha. Corría una fuerte brisa afuera, que desparramaba los peinados, y hacia volar los sombreros y dispersaba formaciones como de olas en los vestidos, era realmente hermoso observar a la gente que paseaba o trabaja por la calleja principal. No se, en realidad ya casi terminaba de almorzar, cuando de pronto en la lejanía divise la figura de aquella mujer, en la que había pensado todo el día y sin darme cuenta, me quede absorto se la veía pequeña caminar en contra sentido de la gente, era ella porque seguía toda vestida de negro aunque ahora lleva una boina o algo como que le cubría la frente, si era un velo, ya no parecia tan adusto, continuaba sola y caminaba como si el tiempo, ni la fuerte brisa le afectara, en pocos segundos al acercarse mas, deje de dudar si era o no, una mujer de esas que uno no puede olvidar tan fácilmente o por lo menos no conocía mujer con la piel tan nívea, como si jamás el sol le hubiese rozado. A determinado momento se detuvo y giro volviendo por sus pasos, yo enseguida pague la cuenta y salí corriendo tras ella, me sorprendí a mi mismo actuando de esa forma y menos con alguien que ni sabia quien era. Vasto con que me propusiera encontrarla entre las muchedumbres, pero de nuevo la perdí de vista. Me acerque a la muralla que daba cara al océano y la vi bajando unas escaleras que daban a la ribera, volví a correr tras ella, que ahora caminaba por la playa, como respirando toda la pura energía del viento, me acerque venciendo mi timidez y ella giro sobre si misma y de nuevo sus ojos profundos me miraron como cortándome las pupilas.
—Hola, perdón que te moleste, te vi esta mañana en un anticuario y sabes, soy turista y vine solo, no se me preguntaba si tal vez quisieras caminar conmigo, digo tu tampoco pareces ser de aquí.
Ella sonrió, y tardo unos segundos para responderme.
— Si yo también te vi, esta mañana, y tampoco soy de aquí, vine sola hace ya algún tiempo.
Su voz era de las más dulces, pausada, con atisbos de franqueza, como si fuera poseedora de demasiada seguridad.
Caminamos por la playa, con el sol estrepitosamente bello dándonos de lleno en nuestras caras.
—Dime, de donde eres…
—Nací en Damasco, pero hace mucho tiempo vine a vivir aquí a México con mis padres ¿Y tú?
—Yo nací en Buenos Aires, Argentina y vine solo por unos días, me dijeron que este lugar era maravilloso así que tome coraje y me vine solo. ¿Y tu estas sola o con alguien? Digo porque no quisiera importunarte, porque me gustaría invitarte a cenar, seria un honor para mí tu compañía.
No dudo en decirme que si y entonces me dijo que estaba mas sola que nunca, que era la única hija de un hombre demasiado ocupado y que su vida era muy triste, porque ya no la tenia a su madre y la extrañaba, me hablo también de sus gustos, de sus comidas preferidas y sus estudios avanzados en lengua española, también poseía un master en periodismo y me puso al tanto de algunos de los ritos de su religión, porque era musulmana, pero ella los cumplía a medias, solo para conformar a su padre. Soñaba con encontrar ese hombre que la hiciera feliz aunque sea un solo día, me dijo que también le quedaba poco tiempo, no supo decirme porque, imagine que estaría a punto de regresar a su país, no se que diablos pensé en ese momento, pero el tiempo se le acababa. Tras volver por la playa la acompañe unas pocas cuadras, ahí mismo le pedí a alguien que nos sacara una foto a lo cual ella accedió muy gentilmente y tras despedirnos me dijo que nos encontráramos en el restaurante, del puerto, el mismo donde había almorzado.
Yo estaba feliz, casi eufórico, no podía creerlo, esa era la mujer mas bella que conociera estaba seguro en todos mis viajes y me sentía fuertemente atraído por ella, no sabia si tenia que ver con su voz tan tierna, casi tímida y su piel sin siquiera una manchita, sus largas pestañas y sus ojos enormes y negros.
El resto de la tarde lo dedique a tomar mas fotografías, y a pensar en lo que sucedería esa noche. En el hotel apenas tuve tiempo de desempacar, elegí un traje color arena, y una camisa blanca, zapatos náuticos al tono, colonia marina y ya estaba listo. Me apresure llegar al restaurante, ocupe la mesa la misma del mediodia. Estaba nervioso, repasando el menú, mirando la hora a cada instante. Entonces ella apareció, deslumbrante, con un vestido tan delicado, la tela me parecía que si me arriesgaba a tocarla terminaría por desvanecerse. El perfume de su piel era como el mar mismo, con los brazos descubiertos, sin su velo caracteristico, ahora al fin veia su abundante cabello recogido y brillante, solo me puse de pie, ella hizo una reverencia para besarme y sentarse con una de sus mejores sonrisas. En su mano brillaba un cintillo de oro, delicado, con un brillante color celeste.
Pronto ordenamos la cena, y ahondamos en algunos de nuestros secretos, anécdotas, que dejaban al descubierto mi amor por el arte, ella se parecía demasiado a mi, de eso me di cuenta en un instante. Le encantaba leer, y ese raro espacio de profundidad que a veces nos hace adentramos en historias, que no son parte de nuestras vidas pero nos conmueven por igual. Casi sosteníamos la emoción contándonos de nuestros placeres y los minutos y las horas se esfumaron. La noche sentaba hermosa, el clima ideal y aunque estaba un poco húmedo y fresco, le invite a dar una vuelta en mi auto rentado. Claro que acepto, por el camino compramos, una botella de vino y unas copas y nos fuimos a una playa cercana que ella conocía muy bien. Creo que fue en la segunda copa, que tuve unas ganas locas de besarla y lo hice, nos enamoramos sin siquiera pensarlo, de ahí nos fuimos a un hotel, era extraño porque no era solo algo sexual, la sentía muy adentro mío como si fuera esa mujer que uno siempre ha esperado. Fue demasiado perfecto, las sabanas de seda, el aroma de su piel, mientras, young At Heart, una de mis canciones preferidas de Carolin Leigh y Johnny Richards de los años 50, sonaba por el aire, esa música ardía definitivamente, sus manos me llevaban, me daban vueltas por la cama y no podía detenerme de pensar en el maravilloso regalo que me hacia el destino.
Ambos perdimos la conciencia, recién al amanecer nos fuimos del lugar, cansados y un poco dormidos, como le hacia un poco de frío le preste mi saco de hilo de verano. Desayunamos felices de habernos encontrado y nos despedimos hasta la noche, que nos volveríamos a encontrar en la calleja del puerto. Me quedo grabada su sonrisa que al darse vuelta me ofrendaba todo un mundo desconocido. Y tras su partida comencé a contar los minutos, realmente estaba loco por ella.
Volví al hotel a descansar un poco y mas tarde regrese a mi oficio de buscar postales con mi cámara de fotos, nunca creo que lugar alguno de la tierra me pareció tan sutil, tan fuera de lo común, tan maravilloso. El día se fue como resbalándose, por entre toboganes de luces y nostalgias, no podía creer que apenas conocer a esa mujer ya la extrañara, me sentía incompleto, solo de veras, casi perdido sin ella. Por la Noche mientras me cambiaba, note que se encapotaba el cielo, posiblemente llovería, pero no dejaba de ser una buena premonición para mí.
Me fui del hotel apurado, al pasar le compre un paraguas a un tipo en la vereda, y estuve antes de lo previsto allí, en las murallas de la calleja del puerto. Se hizo la hora y se vinieron los minutos encima. Creo que me quede demasiado tiempo bajo el paraguas arreciado por la intensa lluvia, no sabia que pensar, porque ella no había venido a la cita, quizá un contratiempo, un imprevisto. Me volví despacio, empequeñecido por la tristeza, realmente estaba abatido. Busque una cabina telefónica y marque el número que ella me dejara anotado en una servilleta, no contestaba nadie, al fin me di por vencido y me fui a uno de esos bares que quedaban camino a mi hotel.
Creo que hice todas las hipótesis posibles, tal vez simplemente no funciono tanto como yo creía, quizá existía otro, quien podía saberlo, esa noche me fui a dormir después de cinco tequilas, para no pensar en nada.
La mañana me sorprendió malogrado, sin ganas de salir aparte seguía lloviendo y aunque eso nunca me detenía, decidí quedarme. Recién a la siesta emprendí mi escapatoria, ya me quedaba poco tiempo en Vera Cruz, un día más tal vez y ya estaría de regreso.
La lluvia por fin hubo de cesar y salí, a dar un ultimo vistazo, no se porque pensaba en encontrarme con ella, tenia un presentimiento demasiado intenso, pronto se me fue quitando la desazón, después de una par de horas, estaba en una librería escogiendo algunos ejemplares de bolsillo de esas obras que siempre se llevan para regalar, entable una charla informal con una de las vendedoras, la cual arrimo a la caja, algunas de las obras que elegí así como al azar, y quien sabe porque mire a un costado un periódico que sobresalía de un estante interno del mueble sostén, de la caja registradora sin pedir permiso lo tome y lo que vi me quito la respiración, era un periódico de hacia unos días, la vendedora dijo que podía llevármelo, salí a la calle, agarrotado de escalofríos, hablaba allí de una mujer musulmana, de 24 años que había perdido su vida, tras caer al vació desde el yate de su padre, no se sabia muy bien si se trataba de un suicidio o un accidente. Una chica querida por quienes la habían conocido, estudiante brillante de periodismo, hija de uno de los hombres más poderosos del lugar. La fotografía en primer plano, no daba permiso, ni opciones para equivocarse, era ella…si era ella.
La información decía también que el padre después de sepultarla, decidido regresar a Damasco, su lugar de origen, a buscar un poco de paz para su dolor.
Me fui por la calleja del puerto, sin poder creer en lo que me estaba pasando, debía de estar volviéndome loco. Camine por la playa en toda esa tarde hasta que se hizo la noche.
Era demasiado para mi mente. Regrese al hotel a preparar mi equipaje, tenia ganas de marcharme cuanto antes. Un mecanismo de mi alma parecía a punto de fallarme, no comprendía lo que ocurría al rededor, de pronto toda la luz de Vera Cruz se apago para mi, no fue hasta el siguiente día cuando hube de subir al avión, sentado ya en mi butaca, que pude pensar un poco mas en claro.
Mi hipótesis era que Arubi – Al Fajar esa muchacha ingenua, y bella, había decidido regresar para encontrar el verdadero amor, ese que quizá no conoció jamás en su vida y como ultimo deseo Ala, quizá pudo concedérselo, por eso su tiempo estaba limitado. Y era cierto porque nunca me atrajo su cuerpo, sino la intensidad de sus ojos, de su mirada y tras conocerla, me había emocionado su corazón, su ternura, su inigualable manera de expresar lo que sentía; entonces me di cuenta que el amor debía no solo poseer una instancia, física sino que precisaba de que alguien se lo llevase consigo, de que alguien lo tomase y lo guardase como un tesoro de luz, para sobrevivir aun después de todas las tragedias y que alguien todavía atado a este mundo no lo olvidase jamás…Porque a mi, porque yo esa era la pregunta. Cuando llegue a Buenos Aires, ya me parecía un sueño, lo que me había pasado, real o irreal, no lo sabia solo quería llegar a mi casa y descansar, y así lo hice. Después de unas horas abrí la maleta y allí como puesto a propósito de un bolsillo saque el sobre con fotos, que había mandado revelar antes de emprender el regreso y jamás supe en que momento termine de comprender de que ella no estaba en esa primera y única fotografía que nos tomáramos, no había nada allí, solo un abanico de luz muy extraño a mi lado, pero era la prueba fehaciente de que yo no estaba loco, de que si había existido y de que las almas van y vienen, desde algún lugar, a la espera de algo que no nos esta permitido saber…
Y como les dije al principio, es imposible hablar de lo que nos pasa tan fácilmente…

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