lunes, 9 de agosto de 2010

Emili Brontë. Amar a un fantasma...



Ella miro a su madre, por última vez en ese día tan igual a todos pero a la vez tan distinto porque nunca iba a poder olvidarlo. Alguien en brazos la había llevado hasta su cama, allí apenas había podido acariciar su bonito cabello y sus mejillas, mientras ella le obsequiaba un beso que le obligaba a sonreír. Era una niña, no podía saber de las despedidas. En seguida salio del cuarto en penumbras sin pensar en nada, a más de que en poco tiempo su madre estaría de pie. Tenía ganas de jugar con ella y como sabia que no iba a poder hacerlo, lo hizo en soledad. Una muñeca que le obedecía en las tareas que su imaginación llevaba por el tiempo y que a veces compartía con alguna de sus hermanas. Se sentía contenta haciendo invenciones con sus cosas y ese largo ensueño que parecía durar una eternidad no era más que el estado emocional de la vida de una niña que le parece que todo es perfecto y esta diseñado para ser feliz.
La despertaron sobresaltada sus hermanitas y la vistieron, ella solo atinaba a sonreír, después la llevaron al pórtico de la iglesia ¿Qué es lo que siente una niña, al perder a su madre? mucho tiempo después aun no lo podía responder, pero aunque era muy pequeña y aunque le costaba entender que significaba aquello, aun lidiaba con una imagen algo desdibujada de una enorme y larga camita de madera donde le decían iba su madre sostenida por las manos de unos hombres vestidos de negro que ella no podía saber quienes eran, ¿A dónde la llevaban?¿Donde quedaba ese lugar a donde ella no podía acompañarla? ¿Porque había decidido irse así acompañada de toda esa gente desconocida? y aunque se esforzaba por entender en los brazos de su padre, no podía. Ni menos cuando vio que la dejaban tras una larga caminata sobre la tierra de un bosquedal y mientras veía manos que de repente agitaban flores y bajo los velos oscuros de sus caras había sollozos y lágrimas, cada vez que alguien se acercaba a su padre y le abrazaba también a ella. Estaba callada y con un poco de desconcertante miedo.
Escuchaba lo que le decían a su padre, pero no sabia que querían decirle. Solo miraba cada uno de sus llamativos sombreros. Cuando no quedo nadie comenzaron a alejarse a paso lento de aquel lugar y ella buscaba mirar hacia atrás aferrada al cuello de su padre, quería ver, saber donde la había dejado a su mamá, ¿Porque no venia de su paseo a los bosques…? Y casi sin darse cuenta cuando giraban en una callecita, sus lagrimas caían de la desesperación muy lentamente…mientras agitaba sus brazos indicándole a su padre que se detuviera ¿Por qué ella, su madre había decidido refugiarse en ese bosque…?
Así fue que Emili creció un tanto en la espera y la tristeza. Sus hermanas se lo explicaron hasta el cansancio cuando amanecía y ella corría al cuarto donde encontraba antes a mamá, y ya no había nadie en ese frío lugar que ahora permanecía vacío. Ella seguía aguardando a su madre, no podía entender aquello todavía a pesar del tiempo. Tres años no son suficientes para deducir apenas nada, pero si era suficiente para amar como nadie puede amar, con la inocencia de quien todo lo cree, pero poco a poco notaba que la vida iba cambiando en su hogar desde aquel instante.
Después se iría junto a sus hermanas a un colegio donde no existía lugar para pensar, donde las frías y monótonas paredes del lugar hacían la salvedad de una prisión, ella se refugio en su mundo interior y hasta creyó posible no ser ella, sino otra, era como vivir en una casa de fantasmas y sus hermanas por protegerla no le daban razones para que se preocupara pero ella percibía que nada iba bien allí.
La muerte estaba agazapada, y no tardo un día en hacerse presente cuando ya no quedaba nada por hacer, sus hermanas mayores, Maria y Elizabeth estaban gravemente enfermas y cuando su padre fue a buscarlas para regresar a casa ya era demasiado tarde. Ahora si Emili, podía comprender cual era la puerta que te llevaba hacia la soledad, hacia la incomprensión de todas las cosas. La soledad solo podía ser como una hiedra que se seca sobre los muros estrangulándolo de amarillos torvos, mientras su casa se convertía en un desierto de silencios y sollozos.
Tenía solo siete años cuando acompaño a sus hermanas muertas al cementerio, el viento arreciaba como si también llorara desconsoladamente por ellas y ese sonido que aullaba entre los árboles, jamás podría sacárselo de la cabeza, ni de su corazón, por toda su vida.
Aunque había nacido en Yorkshire, no conocía más que ese pueblo Haworth, ese era su mundo y allí comenzaban a quedarse sus seres más amados. Volvieron a casa y en el anochecer ella y cada uno de sus hermanos Charlotte, Anne, y Branwell después de la oración acostumbrada se fueron a sus cuartos. Ella sentía tanto vacío en el centro de su pecho, como una caja de madera sin nada, al acostarse se acurrucaba a mas no poder, buscando protección, antes había visto a su hermano, taparse la cara ante sus lagrimas, presumía de ser ya todo un hombre y sin embargo era tan frágil, como un tallo de claveles, tras una noche de escarcha. Esa visión de su hermano llorando le angustiaba al punto de hacerle doler el estomago, claro, amaba a sus hermanas, pero él, Branwell era su preferido…
De ahí en mas el tiempo se detuvo para ellos, que sobre todo en los anocheceres compartían un mundo ficticio que los ayuda a olvidarse de la realidad, también ir a la iglesia era un desahogo donde su padre como Reverendo del lugar proclamaba los sermones, pero le parecía aunque le temía a su padre y a Dios que de alguna manera ese ser todopoderoso se había olvidado de ella, hacia muchísimo tiempo; pero claro no podía decírselo a nadie, ese era su secreto.
A los 20 años después de un breve tiempo de trabajo como institutriz, por orden de su padre, se inscribió para cursar estudios de diferentes ciencias junto a su hermana Charlotte en Bruselas donde vivían en la casa de una tía. Pero otra vez la muerte de ésta inesperadamente, les indicaría el regreso a su país y a su pueblo.
Al retornar seria la administradora del hogar de los Brontë y en sus ratos libres escribiría poesía ocultándolas a la mirada de sus hermanas. Apenas fueron unos pocos años de tranquilidad y se desencadenaría una nueva tragedia para su familia, su adorado hermano Branwell, no solo había perdido credibilidad como pintor, lo que él quiso ser desde siempre, sino que no lograba permanecer en ningún empleo por mucho tiempo. Sin trabajo y con la sombra de no haber podido superar la muerte de su madre y de sus hermanas y de un amor imposible con una mujer casada, se arrojara a la bebida y más adelante al opio para intentar olvidar el dolor de perderlo todo.
En los anocheceres salía de juergas y Emili lo esperaba a deshoras de la noche para así todo borracho y perdido arroparlo y llevarlo a su cama, así pasaron los años y solo la mantenía viva el hecho de escribir, sus poesías y desde hacia tiempo un esbozo de una novela donde dejaba traslucir sus sueños imposibles de enamorarse.
Fue de casualidad que su hermana Charlotte un día descubrió sus poesías y entonces le propuso que publicaran un libro juntas ya que ella y Anne, también habían esbozado una suerte de palabras al papel. Descubrieron que eso las mantendría unidas, y era extraño quizá pero cada una por su lado buscaba casi lo mismo.
Al momento de publicar tuvieron que replantearse muchas cosas, especialmente como sortear esos tiempos Victorianos donde una mujer no podía dedicarse a ese oficio que había sido exclusivo de los hombres. Pero era tanto el deseo que buscaron seudónimos, ella eligió a Ellis Bell, y sus hermanas a Currer y Acton Bell.
El libro de poesías al publicarse por supuesto fue un fracaso tan grande que no pudieron venderse mas que dos ejemplares sin embargo antes de que esto sucediera ya tenían decidido escribir una novela cada una, que fuese lo mas extraordinaria posible, era un reto y además un sueño. Solo un año le llevaría a Emili contar lo que le aprisionaba en el alma, Cumbres Borrascosas se publico entonces siempre usando su seudónimo, y aunque era solo un libro significaba lo mas importante de su vida, tanto que el no dormir de noche, ni el buen descanso, ni la buena alimentación ante sus remordimientos de ver a su hermano preferido hundirse irreparablemente, dejaría una amarga huella en sus escritos que se percibe aun hoy al leerlo. El libro seria nada más que otro nuevo fracaso, ni el público, ni la crítica de su época lo entendieron. Pero eso a ella ya no le importaba, que podía significar eso al lado de la muerte repentina aunque ya presentida, que termino por destruir su voluntad que estaba a punto de quebrarse hacia ya tiempo. Fue demasiado y no pudo soportarlo, en ese frío septiembre, ver a su adorado hermano, en un ataúd recubierto por todas las maldiciones del destino, no podía creer que ya no existía, que se había ido para siempre. Entonces todo el pasado se le vino encima como un manto de hielo que no la dejaba respirar y otra vez de nuevo sus ojos buscando a su madre en el mismo bosquedal del cementerio donde ahora quedaba así arrojado a la intemperie del viento absurdo y maligno su hermanito, mientras las tristes campanas de la iglesia golpeaban sin piedad en su corazón.
Volvió a revivir toda la tristeza de su pasado y cuando todos se fueron y ella quedo allí un rato más a los pies de la tumba. Le pareció en un instante al levantar su vista que detrás de un árbol añoso una mujer vestida de blanco le hacia señas, se quedo asombrada parecía tener el rostro de su madre, se le nublo el pensamiento en ese instante -es ella, pensó, es ella- y corrió por los senderos del cementerio como adentrándose hacia una estación de sombras, la mujer parecía retroceder por un oscuro sendero que ella siguió tropezándose por entre las viejas tumbas, hasta que su respiración exánime no la dejo continuar, Dios!! - no había nadie allí- se dijo a si misma. Huyo corriendo de ese lugar le parecía que estaba a punto de perder la razón, prometiendo que jamás volvería.
El refugio de su cuarto ya no podía contenerla, sentía ese viento ruin, e incansable soplar allí fuera, y no podía dormir…porque no podía soportar la realidad sin Bramwel al fin ya no le tenía temor a la muerte…hubiera dado cualquier cosa por acostarse a dormir y no despertar jamás.
Esa noche recordó la risa de Branwell cuando una tarde había decidido pintarla y como ella, al mirar la pintura había quedado fascinada con esa belleza que estaba en el lienzo- no se se si esa soy yo – le dijo ella - Así de bella eres para mi- le había dicho él- en un susurro al oído y ella había llorado de emoción tras verlo partir hacia la calle…
Pensó en que lo afortunada que hubiera sido, encontrar un hombre que tuviera esa misma sensibilidad, la de su hermano en esos años donde el arte era todo para él. Pero el amor verdadero no puede venderse, ni fingirse es o no es, ella podía escribirlo, narrarlo, sentirlo sin embargo jamás había llamado a su puerta, a mas de los casuales amores que cualquiera puede llegar a conocer, y que un día ya no están, porque en verdad nunca fueron importantes. Siempre ella con su temperamento desmedido buscaba algo más, siempre algo más, algo que le atrapara entre la pasión y el delirio, junto a esos sentimientos que a veces se escapaban de control… Fueron casi dos meses y medio, donde ya no tenia ganas ni siquiera de comer, hasta que ya no tuvo mas fuerzas, comenzaba a sentir de verdad el frío hasta en los huesos y allí en su cuarto que ahora era todo su mundo miro la ventana y como golpeaban en los cristales las ramas de uno de los árboles añosos del jardín como unos brazos de un mendigo que parecían suplicarle entrar y se durmió pensando en lo que había escrito no sabia ya si al final o al principio de su novela de ese fantasma atormentado que vuelve, que viene en la búsqueda, de quien se negaba a olvidarla, …los postigos golpeaban las paredes, por el viento …
Eso fue lo último que escucho en su vida, Emili Brontë, dejo de soñar, dejo de existir en ese fatídico 19 de diciembre de 1848. Apenas tenia 30 años pero su rostro ocultaba un gran pesar como si en los postrimeros días de su vida el peso de todas las angustias la hubiesen devorado – aseguran sus biógrafos- que entre visiones moribundas buscaba la imagen de un hombre que había añorado la amara así con esa pasión infinita con la cual ella misma hubo de describir a ese personaje endemoniado de sus fantasías el Sr. Heathcliff dueño de todo el resentimiento que puede existir en el alma de un hombre enamorado de una mujer imposible porque ha muerto…

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